Casi nadie nos habla de la muerte. Cuando somos niños nos dicen que las personas van al cielo o al infierno, todo depende del desempeño terrenal. Se evita a toda costa que se mencione la palabra con M, como si no decirla hiciera que no exista y desaparezca de nuestras vidas.
Yo he tenido la suerte de estar al lado de mi papapa –hace cuatro años- el día que trascendió (leí por primera vez esta palabra asociada a la muerte de la hija de Claudia Dammert al referirse a su madre y me parece la más certera).
Esta columna la empecé a escribir el 13 de diciembre y la interrumpí cuando mi papá me dijo que la mamama estaba muy mal y que no creía que pase las 72 horas. Estaba en mi oficina y me quedé en shock, como si me hubiese dicho algo que no supiera, pese a que me estuve preparando para despedirme de ella desde hacía meses y días previos estuve trabajando desde su casa porque sabía que ese día estaba muy cerca. Con ese mensaje me di cuenta que nunca estamos totalmente listos para las ausencias de las personas que queremos, para las personas que, como mi mamama, son ejes en nuestras vidas.
Teresa, mi mamama, es un eje vital para mí. Con ella hablábamos de la muerte sin titubeos, de cómo esperaba ella dar ese paso y de lo cansada que estaba de estar en un cuerpo que ya no le pertenecía. A ella le he pedido consejos sobre la vida, el amor y la amistad. Le contaba de mis clases de flamenco y bailábamos, hemos decorado casas de jengibre, pintado conejos de pascua y, en sus últimos días, hasta cantado Lágrimas Negras.
Teresa decidió trascender el 15 de diciembre, un sábado, los días que nos juntábamos en su casa a almorzar. Nos esperó a todos, a su tribu. He regresado a esa casa luego de 21 días. Mi mamá me entregó algunas de las tarjetas que yo le había escrito en sus cumpleaños pasados y encontré notas que ella me escribió en el último año.
Mi mamama ya no está físicamente y el dolor que siento por esa ausencia me ha hecho sacar la vitalidad que ella me enseñó. Siempre fue alegre, bailarina, juguetona y una gran anfitriona (demasiado preocupada para mi gusto). Nunca estaba a media caña, siempre, en lo que estuvo, se entregó al 100%. Teresa, mi mamama, ha sido todo menos duda. Temerosa y excesivamente nerviosa con la edad, sí, pero segura de sí misma, de sus curvas y sus afectos. Ella y el papapa me enseñaron a rezar “Ángel de la Guarda” y una oración que hoy, sin ser católica, leo porque me calma. Yo tuve la oportunidad y suerte de rezarle al oído ambas oraciones en sus últimos días. He visto como la fe la calmaba, he visto a una mujer sabia vivir una vida entregada al amor. Ella me ha enseñado que la vida y la muerte, en consciencia, son una constante oportunidad de reinventarse y, como ella, solo espero sacarles el jugo a las experiencias, de vivir sin medias tintas y bailando. ¡Gracias, mamama!